Seguimos con la reseña que escribio en 1980 Isaac Asimov para Field Newspaper Syndicate sobre la novela 1984 de George Orwell. La misma está compuesta por cuatro partes, de las que compartí dos de ellas. La primera habla sobre Orwell y las razones que lo llevaron a escribir la novela, mientras que la segunda discute sobre si 1984 es un relato de ciencia ficción o no, entre otras cosas. Te recomiendo haber leído ambos partes antes de continuar con la lectura de la tercer entrega.
C. El Gobierno de 1984
1984 es una descripción de un gobierno todopoderoso, y ha ayudado a que la idea de un “gran gobierno” resulte terrible.
Tenemos que recordar, sin embargo, que en el mundo de fines de la década del cuarenta, que fue cuando Orwell escribió el libro, había habido, y todavía había, grandes gobiernos con verdaderos tiranos: individuos cuyos meros deseos, por más injustos, crueles o perversos que fueran, eran ley. Y lo que es más, parecía que esos tiranos sólo podían ser destituidos por una fuerza exterior.

Benito Mussolini, después de veintiún años de reinado absoluto sobre Italia, fue derribado, pero esto sólo fue posible porque su país estaba sufriendo una derrota militar.
Adolf Hitler de Alemania, un tirano mucho más poderoso y brutal, gobernó con mano de hierro durante doce años, pero ni siquiera la derrota militar pudo por sí misma posibilitar su derrocamiento. A pesar de que el área sobre la cual gobernaba se achicaba cada vez más, y aun cuando los ejércitos imponentes de sus adversarios lo encerraban desde el este y el oeste, siguió siendo siempre un tirano absoluto sobre el área que le iba quedando; aun cuando ésta quedó reducida al bunker donde se suicidó. Hasta que se destituyó a sí mismo nadie se atrevió a destituirlo. (Es cierto que hubo complots contra él, pero siempre fracasaron, y muchas veces por caprichos del destino que aparentemente sólo podían explicarse suponiendo que alguien allá abajo lo quería.)
Pero Orwell no tenía tiempo para Mussolini ni para Hitler. Su enemigo era Stalin, y en el tiempo en que 1984 fue publicado, Stalin había gobernado la Unión Soviética durante veinticinco años en un abrazo de oso capaz de quebrarle a uno las costillas, había sobrevivido a una guerra en la que su país sufrió enormes pérdidas y sin embargo era entonces más poderoso que nunca. A Orwell le debe de haber parecido que ni el tiempo ni la fortuna podían desplazar a Stalin, y que éste viviría eternamente incrementando cada vez más su poder. Y así fue como describió al Gran Hermano.
Pero las cosas no ocurrieron así, por supuesto. Orwell no vivió lo suficiente para verlo pero Stalin murió sólo tres años después de que 1984 fue publicado, y no había pasado mucho tiempo después de esto cuando ya su régimen era denunciado como una tiranía por —¡a que no adivina!— los dirigentes soviéticos.
La Unión Soviética sigue siendo la Unión Soviética, pero ya no es stalinista, y los enemigos del estado ya no son liquidados (Orwell usa “vaporizados” en vez de esta palabra, siendo estos pequeños cambios los únicos que él puede imaginar) con el mismo desenfreno.
Por otra parte, Mao Tse-Tung murió en China, y aunque él mismo no fue denunciado abiertamente, sus colaboradores más estrechos fueron rápidamente condenados como “la Banda de los Cuatro”, y aunque China sigue siendo China, ya no es maoísta. Franco murió en su cama, hasta su último aliento siguió siendo el líder incuestionado que había sido durante casi cuarenta años; pero inmediatamente después de su muerte el fascismo retrocedió en España, como lo había hecho en Portugal después de la muerte de Salazar.
En suma, los Grandes Hermanos mueren, o al menos lo han hecho hasta ahora, y cuando mueren, el gobierno siempre se torna más blando.
Esto no significa que no puedan surgir nuevos tiranos, pero ellos también morirán. Por lo menos en la década del ochenta del mundo real, tenemos la certeza de que lo harán; el Gran Hermano inmortal no es todavía una amenaza real.
En realidad, los gobiernos de los años ochenta parecen peligrosamente débiles. El avance de la tecnología ha puesto armas poderosas —explosivos, ametralladoras, autos veloces— en las manos de terroristas urbanos que pueden raptar, asaltar, matar y tomar rehenes con impunidad mientras los gobiernos contemplan impotentemente.
Además de la inmortalidad del Gran Hermano, Orwell presenta otras dos maneras de mantener una dictadura eterna.
Primero: ofrezca algo o a alguien para odiar. En el mundo orwelliano, Emmanuel Goldstein era el objeto de un odio orquestado a través de dramatizaciones de masas robotizadas.
Esto no es nada nuevo, por supuesto. Todas las naciones del mundo han utilizado a varios de sus vecinos como objeto de odio. Esto es tan fácil de lograr y actúa tanto como una segunda naturaleza de la humanidad que uno se pregunta por qué tiene que haber campañas de odio organizadas en el mundo orwelliano.
No hace falta ningún astuto movimiento psicológico de masas para hacer que los árabes odien a los israelíes, y los griegos a los turcos, y los católicos irlandeses a los protestantes irlandeses, y viceversa respectivamente. Es cierto que los nazis organizaron delirantes mítines de masas que parecían entusiasmar a todos los participantes, pero esto no tuvo ningún efecto permanente. Una vez que la guerra entró en suelo alemán, los alemanes se rindieron tan mansamente como si nunca hubiesen gritado ¡Sieg Heil! en sus vidas.
Segundo: reescriba la historia. Casi todos los individuos, entre los pocos que podemos encontrar en 1984, se dedican a reescribir la historia, a cambiar las estadísticas, a recomponer los diarios… como si alguien se preocupara en prestar atención al pasado.
Esta preocupación orwelliana por los detalles nimios de la “prueba histórica” es típica del sectario político que siempre está citando lo que se ha dicho o hecho en el pasado para probar algo o alguien que está del otro lado y que se las pasa citando algo que ha sido dicho o hecho en el pasado para probar lo contrario.
Como todo político sabe, las pruebas jamás son necesarias. Basta hacer una aseveración —cualquier aseveración— con suficiente energía para que un público la crea. Nadie quiere confrontar la mentira con los hechos, y quien lo haga no creerá que los hechos sean verdaderos. ¿Usted cree que el pueblo alemán en 1939 fingía que creía que los polacos lo habían atacado y habían así iniciado la Segunda Guerra Mundial? ¡No es así! Puesto que a los alemanes les decían que eso había ocurrido así, ellos lo creían tan seriamente como usted y yo creemos que fueron ellos los que atacaron a los polacos.
Es cierto que los soviéticos publican cada tanto una nueva edición de su Enciclopedia en la cual algunos políticos que habían merecido largas notas biográficas en las ediciones anteriores son eliminados de golpe, y esto es sin duda el origen de la idea orwelliana, pero las posibilidades de que esto sea llevado tan lejos como en 1984 me parecen nulas; no porque esté más allá de la maldad humana, sino porque sería totalmente innecesario.
Orwell da mucha importancia al Newspeak* como órgano de represión: la transformación del inglés en un instrumento tan limitado y abreviado que desaparece el propio léxico del disenso. Tomó en parte la idea del innegable hábito de abreviar. Da los ejemplos de Communist International (“Internacional Comunista”), que devino Comintern, y Geheime Stautspolizei (“Policía Secreta del Estado”), que devino Gestapo, pero esto no es un moderno invento totalitario. Vulgus mobile devino mob (“chusma”, en inglés), taxi cabriolet devino cab (“taxi”, en inglés), “quasi stellar radio source” (“fuente cuasi estelar de ondas”) devino quasar, y “light amplification by stimulated emission of radiation” (“amplificación de la luz por emisión stimulated de radiación”) devino laser, etc. No existe el menor indicio de que tales condensaciones hayan jamás debilitado al lenguaje como medio de expresión.
En realidad, el fanatismo político ha tendido siempre a usar muchas palabras en vez de pocas, palabras largas en vez de cortas, y a extenderse en vez de abreviar. Todo líder con poca educación o inteligencia limitada busca esconderse detrás de una exuberante embriaguez de palabras.
Por eso, cuando Winston Churchill propuso que se estableciera el “Inglés Básico” como idioma internacional (algo que contribuyó indudablemente a la idea del Newspeak) la propuesta nació muerta.
Por lo tanto, no estamos acercándonos de ninguna manera al Newspeak en su forma condensada, aunque siempre hemos tenido el Newspeak en su forma extensa, y seguiremos teniéndolo.
También tenemos un grupo de gente joven que dice cosas como: “Así, hombre, ya sabes. Es como que lo hizo todo de golpe, ya sabes, hombre. Quiero decir, como que ya sabes…” y así sucesivamente durante cinco minutos, cuando, en realidad, la palabra que el joven busca es: “¿eh?”.
Pero esto no es Newspeak, y también está con nosotros desde siempre. Es algo que en Oldspeak (“Vieja Habla”) se llama “incapacidad de expresarse”, y no es a esto a lo que apuntaba Orwell.
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[…] de la entrada discute si el relato puede entrar en el genero de ciencia ficción o no. Por último, la tercer entrada se adentra en el aspecto político de 1984 y la concepción de gobiernos que Orwell desarrolla en él, así como contextualiza históricamente […]