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El fallecimiento de Mario Vargas Llosa y la incómoda permanencia de su figura

El fallecimiento de Mario Vargas Llosa y la incómoda permanencia de su figura

La muerte de un autor como Mario Vargas Llosa no opera como cierre, sino como provocación. Fallecido el 15 de abril de 2025, el escritor peruano deja una obra inmensa y una figura pública que, a tres semanas de su partida, sigue generando debate. ¿Cómo se recuerda a un escritor que escribió contra todos, incluso contra sí mismo? El fallecimiento de Mario Vargas Llosa se vuelve una oportunidad para revisar no solo su obra, sino también la incomodidad que generó su figura política, su peso literario y la persistencia contradictoria de su legado.


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El escritor y su tiempo: entre la revolución y el desencanto

Mario Vargas Llosa nació en Arequipa, Perú, en 1936. Fue, sin lugar a dudas, una de las figuras más influyentes del Boom latinoamericano, esa constelación literaria que redefinió la narrativa del continente durante las décadas del 60 y 70. En ese entonces, compartía una postura progresista junto a García Márquez, Fuentes y Cortázar. Pero su historia personal –y política– se iría desmarcando con el tiempo.

El fallecimiento de Mario Vargas Llosa reactiva la tensión entre su figura como constructor de lenguaje y su papel como voz polémica del liberalismo conservador. Mientras sus primeras novelas denunciaban la violencia institucional y la miseria moral del poder, sus declaraciones públicas de los últimos años parecían defender estructuras sociales que antes cuestionaba. Esa deriva, lejos de apaciguar su impacto, lo volvió una figura aún más compleja.

Obras que resisten: claves de lectura tras su muerte

A lo largo de seis décadas de escritura, Vargas Llosa publicó más de 20 novelas, innumerables ensayos, obras de teatro y columnas periodísticas. Su estilo, riguroso, ambicioso y obsesionado con la estructura, dio lugar a obras como:

  • La ciudad y los perros (1963), con su visión áspera de la masculinidad militarizada.
  • La casa verde (1966), una novela de múltiples planos narrativos y una densidad que exige atención.
  • Conversación en La Catedral (1969), considerada por muchos su obra cumbre, donde la corrupción política es solo la superficie de un malestar existencial profundo.
  • La guerra del fin del mundo (1981), donde su mirada sobre la irracionalidad del fanatismo se expande en clave histórica.
  • Travesuras de la niña mala (2006), ya en otra etapa, más íntima y lúdica, pero sin perder su preocupación por los juegos de poder.

Estas obras siguen leyéndose no por nostalgia, sino por su potencia formal, su ambición narrativa y su voluntad de construir desde la novela una crítica activa del mundo. El fallecimiento de Mario Vargas Llosa invita a preguntarse cuáles de esos textos seguirán resonando y en qué medida pueden ser leídos al margen de su ideología.

Canon, poder y la incomodidad de un Nobel

La muerte de un Nobel de Literatura siempre activa rituales de canonización. Pero el caso de Vargas Llosa escapa al molde. Académico, mediático, global: fue miembro de la Real Academia Española, profesor en universidades de élite, premiado con el Nobel en 2010, pero también figura central en diarios conservadores, vocero de ideas que muchas veces confrontaron con el clima de época.

Mientras algunos lo citan como ejemplo de la defensa de la libertad individual, otros lo leen como un autor obcecado con el canon, reacio a aceptar nuevas formas de literatura, nuevas subjetividades y narrativas no eurocéntricas. Vargas Llosa habló contra el lenguaje inclusivo, la literatura feminista, las identidades disidentes. Su canon fue el del siglo XIX, su estilo, el de un artesano de la forma; su mirada, la de un intelectual que se quiso moralista.

En ese sentido, el fallecimiento de Mario Vargas Llosa no marca solo el final de una biografía. Marca el agotamiento de una forma de entender la literatura como torre de marfil, de un escritor como árbitro de sentido.

Política, polémica y posicionamiento en tiempos de grietas

A diferencia de otros escritores que retiraron su voz política con los años, Vargas Llosa la intensificó. Tras romper con el régimen cubano en los años 70, abrazó una militancia liberal que lo llevó a postularse como presidente de Perú en 1990 y luego a convertirse en un crítico sistemático de toda expresión de izquierda.

En los últimos años, apoyó públicamente a Isabel Díaz Ayuso, defendió a Keiko Fujimori, criticó a Gabriel Boric, y se alineó con partidos conservadores tanto en América Latina como en Europa. Esto le costó la distancia –y a veces el repudio– de buena parte del campo cultural.

Pero incluso en ese lugar incómodo, siguió siendo influyente. Publicó columnas, libros de no ficción, entrevistas donde su tono se endurecía, y su autoridad como figura pública permanecía intacta en algunos círculos. Fue, hasta el final, un escritor que no pidió permiso para opinar.

¿Cómo se lee hoy a Vargas Llosa?

El fallecimiento de Mario Vargas Llosa puede ser la oportunidad para una relectura sin devoción ni negación. Porque reducir su obra a su postura política sería tan simplista como ignorar que su figura pública condicionó fuertemente su recepción.

Hay algo en su literatura que, más allá de su autor, persiste: la preocupación por el poder, por la fragilidad moral, por las estructuras que dominan los cuerpos y los deseos. Incluso cuando la voz ideológica del autor irritaba, sus mejores novelas seguían ofreciendo preguntas que no tienen respuestas fáciles.

Para los lectores más jóvenes, criados en un ecosistema literario más diverso, Vargas Llosa puede ser leído con sospecha, pero también con atención. No por lo que representa, sino por lo que sus textos, aún hoy, pueden revelar del mundo y de sus sombras.

Una figura que divide incluso después de la muerte

En las redes, tras su muerte, no hubo unanimidad. Mientras algunos escritores lo despidieron con respeto, otros recordaron sus posturas más reaccionarias. Hubo silencios, ironías, homenajes formales, artículos tibios. Pocos se permitieron un luto sincero. Y eso, lejos de ser un problema, dice mucho.

El fallecimiento de Mario Vargas Llosa no unificó, sino que abrió una grieta en el campo literario. ¿Qué hacer con los autores que escribieron libros decisivos y al mismo tiempo defendieron ideas que hoy nos resultan incompatibles? ¿Cómo sostener la crítica sin caer en la cancelación?

Esa tensión, incómoda y necesaria, es el terreno donde su figura seguirá operando.