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El Eternauta vuelve a las librerías mientras continúa la búsqueda de los nietos de Oesterheld

El Eternauta vuelve a las librerías mientras continúa la búsqueda de los nietos de Oesterheld

En tiempos donde las narrativas se disputan en las redes, en los medios y en los libros escolares, un viejo clásico argentino regresa para incomodar. La reedición de El Eternauta en mayo de 2025 coincide con un hecho que lo potencia: la reactivación de la búsqueda de los dos nietos de su autor, Héctor Germán Oesterheld, nacidos en cautiverio durante la última dictadura militar. Este cruce entre literatura, política y memoria no podría ser más oportuno.

Mucho más que una historieta, El Eternauta vuelve con preguntas que no han perdido fuerza: ¿quién es el enemigo? ¿Dónde se esconde el poder? ¿Cómo resistir desde lo común?


Índice


Reedición de un clásico incómodo

En mayo de 2025, Ediciones Doedytores relanzó El Eternauta en una edición facsimilar que recupera la publicación original serializada en la revista Hora Cero Semanal entre 1957 y 1959. El guión es de Héctor Germán Oesterheld; los dibujos, de Francisco Solano López. La edición mantiene el blanco y negro original, el ritmo narrativo pensado para entregas semanales, y el lenguaje visual sin retoques. No hay modernización ni filtros editoriales: lo que regresa es una pieza cultural intacta, y por eso mismo, incómoda.

Su regreso a librerías ocurre en un contexto en el que la memoria vuelve a discutirse, las políticas públicas sobre derechos humanos se recortan y se cuestionan las herramientas que la literatura ofrece para pensar la historia. La reedición de El Eternauta no es una operación nostálgica. Es un gesto político en sí mismo.


Oesterheld y la elección política de la ciencia ficción

Cuando Oesterheld decidió escribir El Eternauta, no era un autor de ciencia ficción. Hasta entonces, había trabajado géneros como la aventura histórica o el western, y había colaborado con revistas como Misterix o Rayo Rojo. La elección del género no fue fortuita: fue estratégica. En un contexto de censura y vigilancia editorial, la ciencia ficción le permitió hablar del presente argentino sin mencionarlo, construir una crítica social sin caer en la literalidad.

La nevada mortal que cae sobre Buenos Aires, el encierro colectivo, la organización vecinal como forma de supervivencia, los enemigos invisibles que manipulan a distancia: todo eso es metáfora, pero no evasión. La historieta era una herramienta. Oesterheld sabía que para narrar lo intolerable había que disfrazarlo. Y lo hizo con la potencia de quienes saben que el símbolo, bien trabajado, puede ser más eficaz que cualquier denuncia directa.

El Eternauta es una historieta política sin consignas. Habla de resistencias, de traiciones, de decisiones comunitarias. Pero también de algo más complejo: la forma en que los poderes se infiltran y manipulan sin mostrarse.

Esa figura se condensa en los Ellos, una presencia remota que nunca aparece en escena pero lo controla todo. Para algunos lectores, esa figura puede pensarse como el Fondo Monetario Internacional. Para otros, como cualquier forma de poder neocolonial, externo, invisible, que maneja la vida de los pueblos sin dar la cara.

Lo importante no es si el Ello es el FMI o Google. Lo importante es que el enemigo no es el otro. Es el sistema. Y Oesterheld lo entendió antes que muchos.


Nietos buscados, historia inconclusa

En abril de 2025, Abuelas de Plaza de Mayo volvió a instalar públicamente el caso de los nietos desaparecidos de Héctor Germán Oesterheld. De sus cuatro hijas —Estela, Diana, Beatriz y Marina— las cuatro fueron secuestradas y desaparecidas durante la última dictadura militar argentina. Dos de ellas, Diana y Marina, estaban embarazadas al momento de su secuestro. Sus hijos nacieron en cautiverio y nunca fueron recuperados.

Los casos están registrados oficialmente en Abuelas. Diana fue secuestrada en 1976 junto a su compañero, Fernando Araldi. Ambos militaban en Montoneros. Marina, también desaparecida ese mismo año, estaba embarazada de siete meses y fue vista en el centro clandestino “El Vesubio”. Su pareja era Alberto Oscar Seindlis, también desaparecido. De esos embarazos nacieron al menos dos nietos cuya identidad aún se desconoce.

A casi cinco décadas de aquellos hechos, la historia permanece abierta. Abuelas de Plaza de Mayo relanzó su pedido a posibles personas nacidas entre 1976 y 1977 que tengan dudas sobre su identidad. La búsqueda no es solo jurídica. Es también un acto de restitución simbólica: los nietos de Oesterheld no son solo un caso más. Son parte de una historia que atraviesa la literatura, la memoria y la resistencia cultural argentina.

El regreso de El Eternauta en este contexto no puede leerse como un simple gesto editorial. Es un llamado, una forma de decir que las historias no se cierran hasta que todos sus personajes tienen nombre.


Nuevas lecturas de El Eternauta

Si algo distingue a El Eternauta es su capacidad de volver una y otra vez. No se trata solo de un clásico con valor histórico. Es una obra que se resignifica en cada contexto. En 2025, la amenaza no llega en forma de nieve radiactiva, pero sí de otras formas de intemperie: económicas, sociales, simbólicas. La figura del enemigo difuso, que opera desde lo invisible, resuena en una sociedad donde el mal ya no necesita mostrarse para hacer daño.

A lo largo de las décadas, la historia de El Eternauta fue continuada por otros autores que entendieron que la obra no podía cerrarse. El Eternauta II (1976), escrita por el propio Oesterheld antes de su desaparición, retomó al personaje en un tono mucho más oscuro y desesperanzado. Luego llegaron otras versiones como El Eternauta: El regreso (2003-2010), El mundo arrepentido (2011) y El perro llamador (2015), entre otras. Cada una intentó, con mayor o menor fortuna, actualizar el conflicto, leer nuevos miedos, pensar nuevas formas de colonialismo y nuevas formas de lucha.

Aunque ninguna de estas secuelas logró el impacto de la original, todas confirman lo mismo: la historia no está cerrada porque el conflicto no lo está. Juan Salvo sigue viajando por el tiempo, no solo en la trama, sino en la cultura argentina.

El Eternauta en la pantalla

En abril de 2025, Netflix estrenó su esperada adaptación de El Eternauta, dirigida por Bruno Stagnaro y protagonizada por Ricardo Darín en el papel de Juan Salvo. La serie, de seis episodios, no intenta “modernizar” la obra, sino respetar su núcleo ético y narrativo, llevándolo al lenguaje audiovisual con recursos contemporáneos.

Stagnaro —conocido por su trabajo en Okupas y Un gallo para Esculapio— es un lector devoto de la obra original. En entrevistas recientes, destacó que El Eternauta fue la historia que más lo marcó en su adolescencia, y que adaptar esa visión del “héroe colectivo” era una necesidad política y cultural.

La serie ha sido bien recibida por la crítica especializada. El diario Página/12 habló de una “fidelidad emocional rara vez vista”. Infobae destacó su ambientación tensa, su ritmo narrativo y la actuación contenida de Darín, quien logra construir un Juan Salvo creíble sin grandilocuencias.

Lo más valioso, sin embargo, es que la serie reabrió el debate sobre qué lugar ocupa El Eternauta hoy: si puede ser leído por adolescentes, si sigue siendo revolucionario, si debe ser enseñado en escuelas o museos. Preguntas que no se hacen sobre cualquier texto, sino sobre los que siguen pulsando.

Otras historias que también resisten

Leer El Eternauta en 2025 es también escucharlo dialogar con otras obras que, desde distintos registros, abordan la violencia estructural, la desaparición, la memoria.

En Cometierra, de Dolores Reyes, una adolescente que come tierra para conocer el destino de personas desaparecidas encarna una sensibilidad política potente. La protagonista, sin un proyecto épico, se convierte en vínculo entre lo silenciado y lo visible. Es una médium, pero también una sobreviviente. El poder en la novela opera sin rostro, como en El Eternauta, y afecta sobre todo a los cuerpos feminizados, pobres, adolescentes.

En Chicas muertas, Selva Almada reconstruye tres femicidios ocurridos en los años 80 en provincias del interior argentino. Su escritura no juzga ni denuncia en forma explícita: busca narrar desde lo que falta, desde lo que no está. En ese sentido, Almada y Oesterheld comparten una ética: escribir no para explicar, sino para sostener.

Estas conexiones no son forzadas. Son resonancias. Y hablan de un país donde los relatos se heredan, se reescriben, se transforman. Pero no se borran.

Un cierre que no cierra

Cuando El Eternauta volvió a publicarse en papel, muchos lectores hablaron de “un clásico que no envejece”. Pero no es solo por su estructura o su ritmo narrativo. Lo que no envejece es su necesidad. La de pensar el poder, el miedo, el control, la comunidad, la pérdida. Y, sobre todo, la de seguir preguntando quiénes son los Ellos que gobiernan sin mostrarse.

La nieve ya no cae sobre Buenos Aires, pero el frío estructural sigue. El enemigo sigue actuando desde lejos. Y cada lector que vuelve a abrir el libro, cada espectador que ve la serie, cada persona que pregunta por los nietos de Oesterheld, está haciendo lo mismo que Juan Salvo: resistir desde lo común.