Reseñas de libros

El mejor infarto de mi vida, de Hernán Casciari, una constelación que orbita una crisis

Reseña de El mejor infarto de mi vida, de Hernán Casciari, una constelación que orbita una crisis

La primera impresión al abrir El mejor infarto de mi vida, de Hernán Casciari, no es la de un libro que busque una cronología cerrada, sino la de un conjunto deliberado de relatos breves que se sostienen por un recorte vital claro y por una manera de decir que prioriza la precisión sobre el énfasis. Lo que asoma, detrás de cada escena doméstica o médica, es una voluntad de ordenar la experiencia sin convertirla en espectáculo.


Índice


Un libro ordenado por una crisis

El mejor infarto de mi vida reúne treinta y seis relatos que orbitan un episodio concreto de la biografía del autor. Están escritos antes, durante y después del infarto que Casciari sufrió en 2015, y fueron publicados en el marco editorial de Orsai. Más que una miscelánea, el volumen decide un perímetro de lectura nítido alrededor de la enfermedad y sus derivaciones personales, familiares y prácticas. La organización no sigue un orden médico ni una bitácora clínica. Más bien, prefiere alternar escenas y motivos que vuelven, con variaciones, para construir un conjunto que se lee como una secuencia de entradas autónomas que dialogan entre sí.

Una primera persona con oído de escena

El libro trabaja una primera persona coloquial que toma recursos de la oralidad, progresión de anécdota y remate, ritmo de frase corta y economía de adjetivación para procesar un evento límite sin volverlo épico. No se apoya en confesiones enfáticas ni en golpes de efecto; administra el detalle concreto y una ironía que toma distancia de uno mismo. Esa elección formal orienta todo lo demás y explica cómo se narran el cuerpo, la familia y la hospitalidad, así como el lugar del trabajo creativo en medio de la fragilidad.

Frases breves, remates y economía del gesto

El narrador se mueve en primera persona con una autoconciencia constante de su propia figura pública, pero evita la grandilocuencia. La voz parece conversación, aunque se percibe el grado de control en frases que no se extienden más de lo necesario, cláusulas que cierran con desplazamientos de sentido y remates que, sin ser chistes, reubican la escena y la vuelven recordable. Esa economía no surge de un minimalismo de laboratorio, sino que nace de la relación del autor con la lectura en voz alta, donde el tiempo de escucha obliga a ajustar el ritmo.

En estructura, el libro no propone capítulos largos ni un arco narrativo único. Prefiere la constelación de piezas autónomas, cada una con un gesto de entrada claro, una exposición de la anécdota y una salida breve que abre interpretación. Este diseño evita la tentación de un relato de superación y, en cambio, reúne una serie de microobservaciones que desmontan la espectacularidad asociada a la enfermedad. El conjunto se sostiene por recurrencias, como el desajuste del cuerpo frente a lo cotidiano, la microgestión de la urgencia, la dependencia de la coordinación ajena, la intromisión del humor cuando el pathos amenaza con ocuparlo todo.

Cuerpo, hospitalidad y trabajo sin épica

Los temas del libro El mejor infarto de mi vida no aparecen como inventario, sino como consecuencia de cómo se cuenta. El cuerpo es un instrumento falible que obliga a recalibrar hábitos y discursos. En lugar de tecnicismo médico o examen fisiológico detallado, hay escenas precisas donde el cuerpo interrumpe el flujo de lo cotidiano y reordena prioridades.

La hospitalidad insiste como motivo. El autor está lejos de casa y depende del cuidado de otros, a veces extraños, a veces cercanos que de pronto se convierten en operadores logísticos de la supervivencia. La forma breve permite que esa hospitalidad se narre sin sentimentalismo, como una puerta que se abre, una llamada a tiempo, una cama prestada que evita el desamparo. El efecto estético aparece cuando la acción práctica gana densidad simbólica sin subrayados.

La familia funciona como coro y contrapeso. No hay idealización, sino pequeños desajustes donde cada gesto (una broma, una impaciencia, una torpeza), revela relaciones de larga data. El humor no descarga tensión por el puro efecto de la risa; es un mecanismo de sostén que habilita decir lo indecible con claridad.

Finalmente, el trabajo creativo se muestra en su materialidad en agendas desarmadas, compromisos reprogramados, ingresos que dependen de la presencialidad o de la entrega a tiempo. Al evitar grandes discursos sobre el arte y concentrarse en la cocina diaria de producir y publicar, el motivo adquiere relieve. La forma breve resulta funcional a esa mirada. Cada pieza es, en parte, una micropoética del oficio.

Casciari entre Orsai y la lectura en vivo

Para entender estos procedimientos conviene integrar, sin cortar el flujo, algunos datos biográficos pertinentes. Casciari nació en Mercedes, Buenos Aires, en 1971, se dio a conocer en el cruce entre blog y literatura en los 2000 y consolidó con Orsai una práctica que combina edición, escena y circulación comunitaria del texto. Títulos como Más respeto, que soy tu madre, El pibe que arruinaba las fotos o Messi es un perro funcionan como antecedentes por tres vías. Preferencia por la anécdota familiar, elección de la oralidad como matriz y una economía de cierre que privilegia el desplazamiento final antes que el giro sorpresivo. No es un dato accesorio; explica por qué El mejor infarto de mi vida sostiene un tono constante sin caer en repetición mecánica. La matriz es la misma, pero el recorte vital obliga a extremar recursos para que el humor no encubra el golpe emocional.

De la página a Disney+ con Bossi y Wainstein

Poster de la serie El mejor infarto de mi vida, de Disney PLus

Cuando el material salta a la pantalla, asume de entrada las reglas del medio. La serie El mejor infarto de mi vida en Disney+ está creada por Pablo E. Bossi y dirigida junto con Mariana Wainstein, con producción de Pampa Films y Tandem Films. La elección de equipo y plataforma no es lateral, porque condiciona formato y tono. Son seis episodios de alrededor de treinta y cinco minutos, con un reparto encabezado por Alan Sabbagh y Olivia Molina y participaciones de Imanol Arias, Rita Cortese y Eleonora Wexler, entre otros. En lugar de replicar la primera persona del libro, la serie establece a Ariel como protagonista ficcional, un escritor que encarna tensiones del original con la elasticidad que exige un arco audiovisual.

Estos créditos, integrados en el análisis y no como ficha, ayudan a explicar decisiones formales concretas. Bossi y Wainstein trabajan un registro de comedia dramática que necesita puntos de inflexión a ritmos regulares; Pampa y Tandem sostienen una producción que reparte locaciones y elencos con foco en verosimilitud cotidiana, y la plataforma define duración y cortes. Ahí lo industrial y lo narrativo se encuentran. La adaptación no se mide por fidelidad de superficie, sino por la traducción de procedimientos del libro al lenguaje de la serie.

Lo que se conserva del libro

La continuidad más visible es de tono. Tanto el libro como la serie El mejor infarto de mi vida evitan la solemnidad y confían en la observación de lo pequeño como herramienta de comprensión. El humor persiste, pero su función cambia. En la página actúa como remate que reubica, y en la pantalla, como respiración que sostiene la empatía sin cargar de patetismo una escena.

También persisten motivos. El infarto lejos de casa, el cuerpo que se vuelve noticia y molestia, la hospitalidad que salva sin prometer redención y la familia que acompaña con imperfecciones visibles. La serie conserva estos núcleos, y cuando los trata con plano cercano y silencios que no explican, se aproxima al efecto del texto: lo importante sucede en los márgenes de las grandes acciones.

Hay además una continuidad de economía. Los episodios que mejor funcionan evitan subrayados musicales o gestuales y permiten que una escena resuelva lo que en el libro un remate aislaba con precisión. Es una continuidad de método. Confiar en la inteligencia del espectador como el libro confía en la del lector.

Lo que la serie reordena

La adaptación abandona la constelación de piezas y adopta un modelo de arcos. Para que cada episodio tenga sentido dramático, incorpora subtramas laborales y afectivas que no pertenecen al libro como tal, pero cumplen una función clara, explicar el estado del personaje y distribuir conflictos con cadencia televisiva. Es una condición del formato más que una concesión.

También hay reconfiguración del punto de vista. Donde el libro sostiene un yo que se autocorrige en el acto de contar, la serie necesita mostrar la oscilación del protagonista mediante decisiones, diálogos y choques con otros. La presencia de Alan Sabbagh y Olivia Molina vuelve visible lo que en la prosa se sugería por el tono. En el mismo sentido, las participaciones de Imanol Arias, Rita Cortese y Eleonora Wexler actúan como nodos que aceleran la curva emocional en momentos precisos, algo que el libro resolvía con la dosificación de la anécdota.

Por último, la duración. Treinta y cinco minutos obligan a compactar. Mientras el libro se permitía desvíos y respiraciones que no conducían a un clímax evidente, la serie los selecciona y los inserta cuando sostienen el arco. Esa poda es la diferencia más visible entre formatos; no invalida el espíritu del original, pero lo disciplina para otro contrato de lectura.

Leída en conjunto, El mejor infarto de mi vida piensa la vulnerabilidad desde una primera persona que confía en la oralidad y en la precisión del detalle, mientras que su adaptación explora el mismo territorio con el andamiaje de un personaje y la lógica del episodio. No se trata de medir fidelidad, sino de notar cómo una misma matriz narrativa encuentra ritmos distintos y, aun así, conserva su claridad.


Mepol (Martín Enrique Pelozo)
Mepol

Responsable de Universo Literario. Dibujante ilustrador y analista SEO argentino.

Amante del género fantástico y la ciencia ficción en sus distintas representaciones: cine, literatura, arte, entre otros. Soy el responsable de este proyecto. Tanto de su diseño, como de evaluar el contenido que se publica. He compartido diversos artículos en la web, como biografías y algunas reseñas; pero mi principal proyecto es la sección Inksword, donde comparto una mirada personal sobre la historia del arte de ilustrar y su relación con la literatura y otras artes.