Un coronel sin nombre plancha, con cuidado obstinado, el único traje que le queda presentable y camina hasta el muelle de un pueblo húmedo donde los viernes traen cartas que nunca llegan. Desde esa escena mínima, la novela de Gabriel García Márquez compone una ética: en el libro El coronel no tiene quien le escriba la espera no es pasividad, es una forma de acción que administra el hambre, la vergüenza y el futuro. Escrita a fines de los cincuenta, apareció completa en la revista Mito en 1958 y tuvo edición independiente en 1961, un trayecto que ya vocaliza la paciencia terca que la obra narra.
El coronel no tiene quien le escriba lee la dignidad como una política de la espera
