El vampiro nunca muere. O, mejor dicho, muere de muchas formas, pero siempre vuelve con otra piel. Atraviesa siglos, geografías, géneros literarios y tonos políticos. Cambia sus dientes, su acento, su entorno, pero insiste. No por moda, sino porque el vampiro siempre nos está contando algo sobre nosotros: nuestros miedos, nuestros deseos, nuestras formas de habitar el cuerpo y la otredad.
De la eternidad al deseo: Rice, Yuszczuk y el vampiro mutante
